En estos días en los que ya huele a veranito y el calor comienza a apretar, no hay como meterse en una librería chula para disfrutar del aire acondicionado, empaparte de nuevos (o viejos) títulos y refrescarte con las últimas apuestas editoriales. Y es que en nuestro país no sólo se publican un montón de libros cada año sino que cada vez éstos se producen mucho mejor: una apuesta clara por la diferenciación y el valor añadido que ofrece el papel respecto a los soportes digitales.
Una muestra de ello es el trabajo que vienen desarrollando editoriales especializadas en libros ilustrados para adultos. No nos estamos refiriendo al auge que –¡aleluya!– estamos viviendo en el sector de la novela gráfica y el cómic, con referentes como Paco Roca, Ilu Ros, Paco Sordo y tantos otros, sino a la literatura convencional que, cada vez más, se apoya en el arte visual para ofrecer una experiencia renovada y única.
Queremos desde aquí hacer nuestro pequeño homenaje a esas editoriales valientes que han asumido un enfoque de calidad e innovación, brindando al público libros ilustrados que combinan la narrativa con la belleza visual. Su contribución está siendo fundamental para animar al diseño gráfico a desafiar las convenciones y explorar nuevas formas de narración visual. Y también para instruir a los lectores en nuevos códigos estéticos y en cómo el diseño interviene en la construcción de una nueva forma de entender la obra. Porque las ilustraciones en estos libros no solo decoran las páginas, sino que también enriquecen y complementan la trama, convirtiéndose en una forma de lenguaje visual que amplía la experiencia lectora. Una maquetación cuidada, una impresión de calidad y el uso de papeles de gama alta convierten muchos de estos libros en objetos de deseo, como piezas únicas que lucir en vitrinias más que en estanterías.
Parece un milago que una editoral como Alma (dedicada desde 2015 a la publicación de libros ilustrados para adultos y niños) esté reeditando, por ejemplo, las obras de Stefan Zweig y poniéndolas a la venta a precios populares de entre 10 y 12 €. Cada libro está ilustrado por un artista diferente (Carmen Segovia, Paul Blow, Marc Pallarés, Samuel Castaño) y encuadernado ¡en pasta dura!. Desde las guardas al marcapáginas, la impresión a dos tintas o los detalles de paginación, TODO, resulta una delicia para los sentidos.
La editorial barcelonesa Libros del Zorro Rojo se ha ganado a pulso su reputación por su compromiso con la calidad de sus publicaciones, trabajando codo con codo con reconocidos artistas nacionales e internacionales. Para ella han creado grandes como Marina Abramović (H.C. Andersen: El patito feo, 2011), José Muñoz (Julio Cortázar: El perseguidor, 2009), Carlos Alonso (Juan Gelman: Bajo la lluvia ajena, 2018 ), Javier Zabala (Mario Benedetti: Árboles, 2012) o nuestro admiradísimo Isidro Ferrer (Eduardo Galeano: Los sueños de Helena, 2011). Y aunque los Migrantes de Issa Watanabe no contiene ni una sola palabra y, por tanto, nada tiene que ver con esos libros ilustrados de los que hoy estamos hablando, tenemos la obligación casi moral de mencionarlo y bendecir a Libros del Zorro Rojo por su publicación (2019).
La importancia y respeto que esta empresa catalana concede a sus artistas lo demuestra con un filtro específico de búsqueda por “ilustradores” en su página web, al que se llega entrando desde el apartado (y no es casual) de “autores”. Porque sí, señoras y señores, l@s ilustrador@s de libros pueden considerarse «autor@s» tanto en un sentido creativo como artístico. Aunque no sean los autores literarios de la obra, los ilustradores aportan una parte esencial de la narrativa a través de sus ilustraciones y su trabajo artístico. El trabajo visual puede desempeñar un papel fundamental en la construcción de la historia, la creación de atmósferas, el desarrollo de personajes y la transmisión de emociones y, por tanto, el trabajo de estos artistas puede tener un impacto significativo en la forma en que los lectores perciben y comprenden la narrativa.
A través de su arte, los ilustradores crean una experiencia visual y estética que enriquece la lectura y añade capas adicionales de significado. Muestra de ello es el brillante trabajo que Ricardo Cavolo realizó para el Romancero gitano de Lorca (Lunwerg Editores, 2020), donde aportó un contemporáneo y potente punto de vista a una obra mil veces editada, o la sutil belleza de Rébecca Dautremer para el éxito de ventas Seda, de Alessandro Baricco (Edelvives, 2013). Y todo ello sin querer entrar -quizás en otro post- en editoriales que, como Kalandraka o A buen paso, han ennoblecido la, muchas veces frivolizada, literatura infantil.
Por eso desde aquí lanzamos nuestro humilde pero firme grito en defensa de todo el sector editorial: escritores, traductores, correctores de estilo, diseñadores gráficos, impresores y, muy especialmente los ilustradores y las empresas editoriales que los apoyan, los contratan, los visibilizan y los remuneran como es debido. Porque sin ellos el libro sería… otra cosa.